El pueblo
se congregó en mi casa a vitorearme. Roberto el carnicero trajo 6 kilos de
asado, su prima Roberta, dueña de la verdulería más grande del pueblo contribuyó
a la causa con 3 kilos de tomate y 3 kilos de lechuga, bien fresca, como decía
ella cada vez que uno iba a comprar. Estaban: Adrián, Flora, Rubén y su hijo
Pablo, Jacinta Chinchilla, un amigo de está y sus dos primos que a la vez
asistieron con sus respectivas parejas. Todos y cada uno de ellos con regalos
para ofrendarme.
Mi primera
reacción fue la de sorpresa, pues no me esperaba semejante congregación en la
puerta de mi casa. La segunda reacción fue la de vergüenza. No acostumbraba a
recibir tanta gente y mucho menos tantos regalos que no sabía como agradecer. Nada
tenía que ver con nada y nadie o casi nadie me conocía, pero sin embargo
estaban ahí en una mañana nublada hasta más no poder, regalos en mano, sonrisas
en alto y alguno que se animaba a pedirme una foto.
Ser
político no es fácil. Suele pasar, aunque no con frecuencia, que vecinos del
pueblo te frenen por el barrio a reclamar alguna que otra cosa, trabajo y porqué
no se mejoro esto o por qué aquella obra aún no finalizó. Siempre evado con
respuestas lúdicas, adjudico la incomprensión de ciertos funcionarios más altos
y prosigo. Por eso es tan inusitado el presente de mi profesión: un día te
reclaman y otro día sin previo aviso te aclaman y no entendes por qué.
Qué debo
hacer. Salir con abrazos hipócritas y desinteresados y cubrir de palabras
dulces y esperanzadoras. El relato es sumamente importante. Esto es política,
qué otra cosa podría hacer. Además debería ofrecer mí casa, mi parrilla, por
cuestiones de conveniencia y una educación que el pueblo entiende como
patriarcal.
-Compañeros
gracias, por acercarse a casa con estos atributos, no sé como agradecerles más
que prometiendo que mis intervenciones en el Ministerio van a favorecer a toda
nuestra población. Pasen y beban, que sus regalos compensan todos mis bienes
materiales. Adrián prendé el fuego y pone todo el asado para la gente. Flora
vos encargate de la ensalada, pedile a algunos de tus amigos que ayuden. Yo
pondré la mesa. Una vez más gracias compañeros, por esta consideración.
Así fue que
Adrián preparo el asado, Flora se encargó de la ensalada y yo coordine el
movimiento de varios vecinos que con su buena voluntad pusieron la mesa por mí.
Comimos de
primera. Si algo bueno que tiene ese inútil de Roberto es la carne que nosotros
mismo le permitimos comercializar. Bebimos 6 botellas de vino que eran de mi
propiedad y que no pensaba abrir hasta una excelente ocasión, pero los hechos
se me adelantaron y no podía menos que ofrecer, aunque sea por compromiso, este
brebaje de los dioses que seguramente el pueblo no disfrutó.
Pasaron dos
horas con la entremesa, donde los vecinos expusieron sus quejas y sus posibles
mejoras, como si no entendieran que en la política no existe la magia. Yo por
su puesto que asentí y prometí que todo se arreglaría. Que otra cosa les iba a
decir. Pobres, sus buenas intenciones no alcanzan, no hay manera de que todos
estemos bien y en el mismo rango de vida. Pobres, dónde irán a parar, si este
pueblo ya no queda ni mierda para progresar. De hecho, aunque no sen den cuentan, padecen de una detención
temporaria gigante. Parecen la carroña de los feudales de antaño. Qué más da.
Si esto ya no da más nada.
Realice un
breve discurso para cerrar la vela, agradecí y prometí cosas que ya ni me
acuerdo y que jamás recordaré. Pues que importa mañana, si el hoy está como
está y mañana no seré más que relato.
La gente se
empezó a levantar, me estrechaban la mano y decían palabras de aliento. Cuando el aliento lo necesitarían
ellos. Roberto, el carnicero, al acercarse me brindo un abrazo frío, falso y
distante. Gracias por todo, cerró.
Tres horas
más tarde, mientras bebía brandy y fumaba cigarrillos, los estantes de mi casa
comenzaron a temblar. Los libros, los adornos, la vieja colección de vasos de
tequila comenzaron a caer al piso. Una música a lo lejos cobraba intensidad.
Pensé que serían las celebraciones de primavera, una burda tradición
pueblerina. Odiaba la música popular y para colmo a cada segundo el sonido
tétrico del folklore invadía el cuarto. Era más desesperante eso, que el
desorden de mis libros, adornos y vasos.
Me levante
con prisa, un enojo invadió mis entrañas, que estarían haciendo esta gente. Me
puse el saco, pues siempre hay que estar al tino con el pueblo, y salí a la
puerta para detectar el sonido.
Vaya
sorpresa me lleve, ahí estaban nuevamente Roberto, Adrián, Flora y sus amigos,
los vecinos de la vuelta, hasta los vecinos de las zonas mas carenciadas. Esta
vez no traían regalos, venían marchando con su música de protesta en alza, con
sus palos, herramientas y armas caseras. No podía entender que reclamaban o que
decían. Debo decir que ese comportamiento me inquietaba, olía a revolución.
Pero que saben estos de revolución.
Roberto se
me acerco, me tomo del hombro con fuerza y me tiraba sin disimulo a la calle.
Luego vino Flora con su palo de amasar en la mano y de inmediato me propinó un
golpazo en la espalda. Por mentiroso, me acusó. ¿Yo mentiroso? Ma qué, no
entiendo nada. ¡Amigos que hacen, hoy les brinde mi casa! ¿Qué
pasa amigos?…
…
Sé que Claudio Villanueva estaba dejando relato
de sus vivencias. Sé que todas las infamias que escribió y profesó son
totalmente falsas. Sé que somos un pueblo feudal. Sé que todo este tiempo este
político a igual que el resto se estuvieron burlando de nosotros, pero eso
acabo. Nosotros tomamos cartas en el asunto.
El resto de la historia de Villanueva quiero
dejarla asentada, pues de los relatos hacen las historias y estos pasan como
anécdotas de generación en generación haciendo la cultura popular. Creerlo
depende de quien lo lea, puesto que las infinitas posibilidades nos dan la
oportunidad de creer en lo que nosotros consideramos cierto.
Una vez llegados los vecinos, tomaron a
Villanueva como rehén y lo llevaron a la plaza principal. Lo ataron a los
postes de luz y uno por uno, ignorante tras ignorante lo abofeteo con todas sus
fuerzas por las promesas no cumplidas, por todas sus mentiras, por comer asado
de manera tan descarada cuando los chicos mueren de hambre.
Luego la
intensa lluvia llego al pueblo y cada vecino se retiró a sus hogares. La lluvia
no cesó por una semana y ningún habitante del pueblo si quiera se asomó para
bridar ayuda a Villanueva.
El sol salió y Villanueva ya no estaba, se
diluyo en la lluvia. Nadie más lo volvió a ver en el pueblo. El pueblo no
volvió a ser el mismo desde entonces.
Pues el sol había salido para todos.
Jorge D. Andreani @Cronopio17