domingo, 14 de abril de 2013

Que llueva en mi pueblo.


El pueblo se congregó en mi casa a vitorearme. Roberto el carnicero trajo 6 kilos de asado, su prima Roberta, dueña de la verdulería más grande del pueblo contribuyó a la causa con 3 kilos de tomate y 3 kilos de lechuga, bien fresca, como decía ella cada vez que uno iba a comprar. Estaban: Adrián, Flora, Rubén y su hijo Pablo, Jacinta Chinchilla, un amigo de está y sus dos primos que a la vez asistieron con sus respectivas parejas. Todos y cada uno de ellos con regalos para ofrendarme.
Mi primera reacción fue la de sorpresa, pues no me esperaba semejante congregación en la puerta de mi casa. La segunda reacción fue la de vergüenza. No acostumbraba a recibir tanta gente y mucho menos tantos regalos que no sabía como agradecer. Nada tenía que ver con nada y nadie o casi nadie me conocía, pero sin embargo estaban ahí en una mañana nublada hasta más no poder, regalos en mano, sonrisas en alto y alguno que se animaba a pedirme una foto.
Ser político no es fácil. Suele pasar, aunque no con frecuencia, que vecinos del pueblo te frenen por el barrio a reclamar alguna que otra cosa, trabajo y porqué no se mejoro esto o por qué aquella obra aún no finalizó. Siempre evado con respuestas lúdicas, adjudico la incomprensión de ciertos funcionarios más altos y prosigo. Por eso es tan inusitado el presente de mi profesión: un día te reclaman y otro día sin previo aviso te aclaman y no entendes por qué.
Qué debo hacer. Salir con abrazos hipócritas y desinteresados y cubrir de palabras dulces y esperanzadoras. El relato es sumamente importante. Esto es política, qué otra cosa podría hacer. Además debería ofrecer mí casa, mi parrilla, por cuestiones de conveniencia y una educación que el pueblo entiende como patriarcal.
-Compañeros gracias, por acercarse a casa con estos atributos, no sé como agradecerles más que prometiendo que mis intervenciones en el Ministerio van a favorecer a toda nuestra población. Pasen y beban, que sus regalos compensan todos mis bienes materiales. Adrián prendé el fuego y pone todo el asado para la gente. Flora vos encargate de la ensalada, pedile a algunos de tus amigos que ayuden. Yo pondré la mesa. Una vez más gracias compañeros, por esta consideración.
Así fue que Adrián preparo el asado, Flora se encargó de la ensalada y yo coordine el movimiento de varios vecinos que con su buena voluntad pusieron la mesa por mí.
Comimos de primera. Si algo bueno que tiene ese inútil de Roberto es la carne que nosotros mismo le permitimos comercializar. Bebimos 6 botellas de vino que eran de mi propiedad y que no pensaba abrir hasta una excelente ocasión, pero los hechos se me adelantaron y no podía menos que ofrecer, aunque sea por compromiso, este brebaje de los dioses que seguramente el pueblo no disfrutó.   
Pasaron dos horas con la entremesa, donde los vecinos expusieron sus quejas y sus posibles mejoras, como si no entendieran que en la política no existe la magia. Yo por su puesto que asentí y prometí que todo se arreglaría. Que otra cosa les iba a decir. Pobres, sus buenas intenciones no alcanzan, no hay manera de que todos estemos bien y en el mismo rango de vida. Pobres, dónde irán a parar, si este pueblo ya no queda ni mierda para progresar. De hecho, aunque no sen  den cuentan, padecen de una detención temporaria gigante. Parecen la carroña de los feudales de antaño. Qué más da. Si esto ya no da más nada.
Realice un breve discurso para cerrar la vela, agradecí y prometí cosas que ya ni me acuerdo y que jamás recordaré. Pues que importa mañana, si el hoy está como está y mañana no seré más que relato.
La gente se empezó a levantar, me estrechaban la mano y decían palabras  de aliento. Cuando el aliento lo necesitarían ellos. Roberto, el carnicero, al acercarse me brindo un abrazo frío, falso y distante. Gracias por todo, cerró.
Tres horas más tarde, mientras bebía brandy y fumaba cigarrillos, los estantes de mi casa comenzaron a temblar. Los libros, los adornos, la vieja colección de vasos de tequila comenzaron a caer al piso. Una música a lo lejos cobraba intensidad. Pensé que serían las celebraciones de primavera, una burda tradición pueblerina. Odiaba la música popular y para colmo a cada segundo el sonido tétrico del folklore invadía el cuarto. Era más desesperante eso, que el desorden de mis libros, adornos y vasos.
Me levante con prisa, un enojo invadió mis entrañas, que estarían haciendo esta gente. Me puse el saco, pues siempre hay que estar al tino con el pueblo, y salí a la puerta para detectar el sonido.
Vaya sorpresa me lleve, ahí estaban nuevamente Roberto, Adrián, Flora y sus amigos, los vecinos de la vuelta, hasta los vecinos de las zonas mas carenciadas. Esta vez no traían regalos, venían marchando con su música de protesta en alza, con sus palos, herramientas y armas caseras. No podía entender que reclamaban o que decían. Debo decir que ese comportamiento me inquietaba, olía a revolución. Pero que saben estos de revolución.
Roberto se me acerco, me tomo del hombro con fuerza y me tiraba sin disimulo a la calle. Luego vino Flora con su palo de amasar en la mano y de inmediato me propinó un golpazo en la espalda. Por mentiroso, me acusó. ¿Yo mentiroso? Ma qué, no entiendo nada. ¡Amigos que hacen, hoy les brinde mi casa!   ¿Qué pasa amigos?…



Sé que Claudio Villanueva estaba dejando relato de sus vivencias. Sé que todas las infamias que escribió y profesó son totalmente falsas. Sé que somos un pueblo feudal. Sé que todo este tiempo este político a igual que el resto se estuvieron burlando de nosotros, pero eso acabo. Nosotros tomamos cartas en el asunto.
El resto de la historia de Villanueva quiero dejarla asentada, pues de los relatos hacen las historias y estos pasan como anécdotas de generación en generación haciendo la cultura popular. Creerlo depende de quien lo lea, puesto que las infinitas posibilidades nos dan la oportunidad de creer en lo que nosotros consideramos cierto.
Una vez llegados los vecinos, tomaron a Villanueva como rehén y lo llevaron a la plaza principal. Lo ataron a los postes de luz y uno por uno, ignorante tras ignorante lo abofeteo con todas sus fuerzas por las promesas no cumplidas, por todas sus mentiras, por comer asado de manera tan descarada cuando los chicos mueren de hambre.
 Luego la intensa lluvia llego al pueblo y cada vecino se retiró a sus hogares. La lluvia no cesó por una semana y ningún habitante del pueblo si quiera se asomó para bridar ayuda a Villanueva.
El sol salió y Villanueva ya no estaba, se diluyo en la lluvia. Nadie más lo volvió a ver en el pueblo. El pueblo no volvió a ser el mismo desde entonces.  Pues el sol había salido para todos. 


Jorge D. Andreani @Cronopio17

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