Qué será de los pájaros, cuando las ondas invadan el país. A
donde irán las piedras, cunado los malandrines no estén en su caucásicas pieles
invadidas por el odio, por la saturación de la sangre que hierve, por el
desencanto de la moneda entre los dedos sucios, por el jardín desierto de
enanos, que juntos prefirieron retirase a tierras cálidas.
La soledad
del mundo, de un jardín de rancios pastos.
Las fauces de un perro flaco, con hambre y dispuestos a comer la más dura de
las carnes humanas. Sujetos a un mundo irrisorio sin futuro, sumidos en el
tormento de los exitosos, en la locura de la infamia, de los roedores de
escritorio, del balbuceante Establishmet que perdió hasta su estúpido
capitalismo.
El cielo se enrojeció y lágrimas de pena
comienzan a desbordar. Suspendido el tiempo, púes esté ya no importa, rodeados
de ciegas mariposas nocturnas, yace Ramiro Levantez, tomado de sus rodillas, la
cabeza gacha, el dolor en su mirada.
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